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Cuando el reloj (perdón, a veces olvido que nos encontramos en un avanzado período tecnológico)... Comienzo de nuevo. Cuando la alarma del celular anuncia que ya es hora de despertarnos, abrimos la ventana y dejamos que el sol y el aire matutino vuelvan a entrar a nuestro hogar.
Las mañanas en Mérida son maravillosas (a pesar de nuestro ya tradicional calor de 40 grados). Estamos orgullosos de vivir en esta ciudad, que aún conserva un ambiente de tranquilidad, seguridad, sin tanta contaminación... O al menos, eso creemos.
Sobre nosotros se cierne una grave amenaza a nuestra salud, y lo paradójico es que nos presentan el asunto como todo lo contrario. Nos referimos al pesticida utilizado para controlar el Aedes aegypti, el mosco transmisor del dengue.
Muchas voces se han alzado manifestando, ofreciendo pruebas fehacientes, de los daños irreversibles para la salud que provoca esta sustancia. A pesar de ellos, las autoridades responsables continúan utilizándola. Su uso doméstico está prohibido en Europa y Estados Unidos; en México, parece que “no hay problema”.
La Dra. Almira L. Hoogesteyn Reul, responsable del Laboratorio de Salud Ambiental del Departamento de Ecología Humana del CINVESTAV, Unidad Mérida, es una de las investigadoras —con amplio currículum que avala su profesionalismo y conocimiento del tema— que ha manifestado a través de diversos medios el peligro del uso del pesticida en Mérida.
“Publiqué dos artículos en un periódico local en marzo del año pasado, porque fue cuando más fumigaron para combatir el mosco del dengue. Siendo toxicóloga, el uso de estas sustancias es muy interesante desde el punto de vista científico, pero desde el punto de vista biológico social es un drama. Honestamente, es un insulto al desarrollo humano, vamos a poner las cosas como son”, señala.
“Las autoridades tienen que entender que ya está demostrado que ese pesticida que están utilizando causa retraso en el desarrollo del sistema nervioso afectando al feto y a los niños; las mujeres embarazadas no deberían tener contacto alguno con esta sustancia. Yo no entiendo por qué continúan aplicándolo cuando en otros países está en desuso y hay un movimiento a nivel internacional para prohibir su producción y venta”.
La Dra. Hoogesteyn indica que el pesticida utilizado en Mérida es un órgano fosforado, llamado clorpirifos. Cuenta que en una ocasión siguió a uno de los camiones fumigadores y llegó al sitio donde abastecían los tanques y contó los galones que contenían el pesticida. Así, descubrió que desde que se fumigó hasta el momento que arribó a ese sitio, se habían utilizado, aproximadamente, cinco toneladas y media de la sustancia.
Haciendo un poco de historia, la doctora explica que los órganos fosforados comenzaron a usarse comercialmente después de la Segunda Guerra Mundial. Los estudios químicos de organofosforados y clorados se iniciaron en la Primera Guerra Mundial por la elaboración de armas químicas, clorpirifos fue patentado por los alemanes en la década de 1930 como arma de guerra.
Al concluir las contiendas, ante la existencia de fábricas y las construcciones de estos productos, obviamente el gobierno y la industria privada se preguntan: ¿Y ahora qué hacemos con esto? La respuesta a esa pregunta fue la comercialización de estas sustancias como pesticidas. Ejercen su actividad inhibiendo la metabolización de un neurotransmisor; el efecto es independiente de dónde se encuentre el objetivo a eliminar dentro de la escala filogenética: puede ser una cucaracha o un humano; lo que varía es la dosis para lograr el objetivo. Sin embargo, cuando un organismo vivo está expuesto a una dosis que no lo mata, sigue habiendo un efecto sobre su sistema nervioso.
Así, “pasan de ser armas bélicas a ser productos aplicables para la agricultura. La desgracia es que cuando una sustancia química sale al mercado, ésta debe pasar por una serie de regulaciones. Sin embargo, estas son bastante laxas”, acota la Dra. Hoogesteyn.
“En los países que elaboran los pesticidas, son las mismas compañías las que hacen los estudios de toxicidad; las compañías se reservan los resultados que presentan ante los organismos regulatorios, quienes, por lo general, favorecen a la industria química y no al contribuyente.”
¿Qué pasó con la Revolución Verde?, cuestiona la investigadora.
“Durante la década 1950-1960 se manifestó que ya no habría más hambre, que el control de plagas a través del uso de pesticidas permitiría alimentar al mundo. ¿Qué pasó? El hambre fue en incremento en la medida en la que crece la población mundial y las multinacionales que controlan la producción de alimentos básicos como trigo, maíz , soya, sorgo, arroz, hacen grandes negocios y además descargan al ambiente toneladas de agroquímicos”.
En la mayoría de los países el uso de clorpirifos está prohibido en el hogar y el jardín porque la ciencia independiente ha demostrado el efecto severo que tienen sobre el desarrollo y funcionamiento del sistema nervioso central.
“Los órganofosforados se metabolizan muy rápidamente. Se puede sentir dolor de cabeza, estornudar, sufrir urticaria o picazón en los ojos. Esas serían las manifestaciones de una exposición ligera. El problema no es que respire la fumigación una vez, sino cada semana. Es el contacto continuo”, detalla.
“Por lo general, en los adultos las afectaciones son en el sistema nervioso periférico; por ejemplo, se sienten 'agujas' y pesadez en las manos; y a nivel del sistema nervioso central, la degeneración, que es un proceso natural, se incrementa a una magnitud y velocidad inesperada. Entonces se verán personas que, por ejemplo, en su familia no había casos de Alzheimer o Parkinson, y ya presentan síntomas de estas enfermedades a edades tempranas”.
“Quien esté expuesto a pesticidas tiene mayor probabilidades de presentar estos síntomas a menor edad. Las personas que trabajan en agricultura y específicamente quienes distribuyen pesticidas en el campo, tienen esas manifestaciones a una edad más temprana y en una proporción mucho mayor que el común denominador de la población”, explica la Dra. Hoogesteyn.
La investigadora dice que los efectos en niños y fetos es diferente. Incide en el desarrollo del sistema nervioso central, disminuye la capacidad cognitiva, de habla, memoria y capacidad para relacionarse socialmente.
“Los problemas no son diagnosticables cuando el niño nace, sino conforme va creciendo y desarrollándose; el niño muestra problemas de atención, o dislexia, se pelea con los compañeros o no tiene un repertorio de habla como debería; en casos extremos puede hasta llegar a ser autista. Puede que ser disléxico sea un hándicap menor, pero un niño no debería estar enfrentándolo, si se puede evitar desde el origen del problema; si a esto se suman los problemas de desnutrición, mala educación primaria, ¿dónde queda el desarrollo de la persona?”
En Europa y Estados Unidos el pesticida clorpirifos solo se utiliza en ciertos cultivos agrícolas. El problema no es su uso, porque la agricultura tradicional no puede funcionar sin los organofosforados, el problema es que fumiguen al ciudadano.
“Para las campañas de dengue no se pueden usar pesticidas. Nunca se va a ganar la batalla y mucho menos como se está aplicando en Mérida. El pesticida no llega a donde debe, se fumiga a los mosquitos que están cerca y el resto escapa y se refugia en los patios y jardines de las casas”.
“Lo único que realmente funcionan son las campañas educativas y de descacharrización. Si se quiere evitar que la población se enferme de dengue, podría hacerse un programa de instalación de miriñaques; se debe educar al público para que mantenga en buen estado los traspatios y jardines; estos deben mantenerse limpios de hojas y desperdicios vegetales; las viviendas deben mantenerse limpias, los residuos sólidos urbanos deben ser recolectados regularmente, los terrenos baldíos en ciudades y pueblos deben mantenerse limpios, y no como para fomentar que se formen criaderos de mosquitos. No importa cuánto fumiguen, el mosquito desarrollará resistencia, así es la biología.”
“El problema del dengue no se va a resolver en una sola temporada o con una sola campaña, aunque usen mil toneladas de pesticidas. Se necesita educar al público continuamente y sobretodo, recoger la basura”, asegura la investigadora.
“Ahora no veo programas en las escuelas, carteles, anuncios en la radio, gente que eduque a los ciudadanos, que estén repartiendo mosquiteros, no veo campañas de descacharrización. No veo que se esté realizando una campaña educativa”.
La Dra. Hoogesteyn no cree que Yucatán y Quintana Roo sean los estados con mayor índice de dengue, como se ha publicado en diferentes medios e instancias. Considera que es muy probable que en Chiapas, Campeche y Veracruz el problema tenga la misma magnitud; sería necesario revisar los servicios sanitarios y los sistemas de detección y de casos de la enfermedad.
“El uso de estas sustancias químicas ya forma parte integral de la vida de las personas, y como las mismas desconocen sus efectos porque no hay repercusiones inmediatas, en las que las persona puedan relacionar la exposición con un signo, no asocian el Alzheimer que les puede dar a los 40 años con el pesticida que utilizaron en su casa desde que era un chiquillo”, explica la investigadora. “Y la industria tampoco aclara nada, no le conviene”, acota.
“Todos los químicos que estamos utilizando continuamente, el desodorante, los jabones, los productos de limpieza, una vez terminados de utilizar se van como agua servida a un sumidero. Las personas creen que esa sustancia ya desapareció de su vida, pero no es así, si el sumidero tiene una filtración estas sustancias llegan al acuífero. ¿Y de dónde se saca el agua en el estado de Yucatán? De los pozos”.
“El aceite empleado en la cocina se tira por el desagüe. Eso se va al sumidero, pero resulta que el sumidero tiene una grieta, se filtra, llega al freático y luego ¿adivinen con qué se están bañando?”
Respecto a este problema, la doctora propone a los ciudadanos hacer un ejercicio de recapacitación profunda y decidir hacia dónde quiere que sus vidas se desarrollen. A través de su capacidad de compra pueden decidir e influenciar a la industria, la sociedad, los políticos, la vida.
“Honestamente, la única solución que veo es que la gente se eduque, que entienda que cada acción tiene una reacción y que todo lo que hacemos tiene una influencia sobre nosotros mismos, el ambiente y por ende la vida”.